Todavía resuenan los relinchos y el trotar de Jolstomer por los campos de centeno. Aunque se eleven sobre el mundo como un grito en una mañana serena, hacen vibrar el alma humana. Ahí está Jolstomer; como una ruina viviente alzándose solitario en medio del prado, mientras se oye la algarabía de la juventud dispersándose por el campo. Es un mártir habitual, un extraño, una criatura completamente diferente, un quijote errante de un mundo que se desvanece. Un mundo que no ha sido creado para la felicidad humana. Un mundo, dónde a pesar del cual los hombres continúan atormentándose así mismos, siempre nacerá la esperanza, si existe una idea basada en la fe y en el amor.